El descubrimiento arqueológico de un sello de arcilla, de 1,5 centímetros, con la inscripción Bat Lejem (nombre de la ciudad de Belén, escrito en paleohebreo) y datado en los siglos VII u VIII a.C., es una excelente noticia tanto desde el punto de vista científico y arqueológico como bíblico. El hallazgo nos lleva al periodo en que dicha ciudad es citada en la Biblia Hebrea (el Antiguo Testamento cristiano) como parte del reino de Judá y conocida como la época del primer Templo (1006-586 a.C.).
Su encuentro, por parte de un equipo de la Autoridad de
Antigüedades de Israel, dirigidas por Eli Shukron, en el poblado de Silwán, en
la Jerusalén Este, ha sido posible gracias a un sistema de filtrado, donde la
tierra se lava para detectar objetos pequeños que por otros medios son
indetectables. Se trata de un sello usado para sellar documentos u objetos, con
una finalidad fiscal.
Belén, cuyo nombre en hebreo significa «casa del pan»,
aparecerá en la Biblia como el lugar donde fue enterrada la matriarca Raquel,
esposa de Jacob y madre de José y Benjamín (Gn 35,19; 48,17). Y entrará en la historia
de la genealogía davídica con la narración del libro bíblico de Rut,
donde se cuenta la historia de una mujer moabita que después de muchas vicisitudes
acompañará a su suegra Noemí (ambas viudas) desde Moab hasta Belén, y después
de trabajar duramente recogiendo las espigas que se dejan los espigadores de la
casa de Booz, se casará con él; ambos son presentados en las Escrituras judías como
los bisabuelos del rey David. Es una narración preciosa desde un punto de vista
literario y muestra como también los extranjeros, en este caso una mujer,
pueden formar parte de la historia de Israel y del plan salvífico divino.
Aunque la entrada por la puerta grande de la Biblia Hebrea
vendrá de la mano de la historia del rey David, cuyo origen se sitúa en la
ciudad de Belén (1Sam 16,4-13). El profeta Samuel es enviado por Dios a Belén,
donde ungirá a David, el menor de los hijos de Jesé, como rey de Israel.
Más tarde el profeta Miqueas (s. VIII a.C.) después de
profetizar duramente contra la injusticia social y de las consecuencias
desastrosas que esa forma de vivir acarreará, anuncia un futuro mejor, una paz
posible. Parte del texto de esperanza será citado posteriormente por el
evangelio mateano (Mt 2,6) y será interpretado desde una perspectiva mesiánica,
que se inicia en Belén:
Pero
tú, Belén Efratá, aunque eres pequeña entre los clanes de Judá, de ti me ha de
salir el que ha de gobernar en Israel. Sus orígenes vienen de antaño, de
tiempos lejanos (Miq 5,1)
Ya en el Nuevo Testamento aparecerá Belén como el lugar del
nacimiento de Jesús; será en los llamados «relatos de la infancia», que
encontramos en los evangelios de Mateo y Lucas: Mt 2,1-8 y Lc 2,1-7. Ambos
autores, utilizando fuentes de información diferentes, nos aportarán en sus
obras el mismo dato.
Desde entonces la ciudad de Belén, próxima a Jerusalén, se
ha convertido en un lugar privilegiado de peregrinaje cristiano, para visitar
el lugar del nacimiento de Jesús y, también, para conocer toda la historia
bíblica tan intensa de este lugar que ahora la arqueología nos ha permitido
datar con una antigüedad muy próxima a los relatos bíblicos más antiguos.
Javier Velasco-Arias
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