La fe y la Palabra de Dios son dos realidades que están
íntimamente interrelacionadas. Así lo ha señalado Benedicto XVI en la Carta
apostólica Porta Fidei
(La puerta de la fe: PF) con la que ha convocado el año de la fe, realidad que
se ha inaugurado hace escasos días con el Sínodo de los Obispos sobre «La
nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana», haciéndolo
coincidir con la celebración de los cincuenta años de la inauguración del
Concilio Vaticano II.
«”La puerta de la fe” (cf. Hch 14, 27), que introduce en la
vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre
abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia
y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta
supone emprender un camino que dura toda la vida» (PF 1).
La comunidad creyente es invitada a cruzar el umbral de la
Palabra de Dios, a proclamarla, a compartirla… para entrar en la fe, en la vida
de intimidad divina, en la comunidad eclesial que celebra esta fe, en dejarse
transformar, en participar del auténtico camino de la felicidad. No podemos
separar la fe de la Palabra de Dios que es su puerta de entrada, la que la
alimenta, la que le da contenido. El año de la fe, el Sínodo, el aniversario
del Concilio son tres efemérides, tres oportunidades que convergen y nos
invitan a vivir con más intensidad nuestra fe, a aproximarnos con asiduidad a
la Palabra de Dios, fundamento de esta fe.
Cada vez se hace más necesario, yo diría imprescindible, el
que nuestra fe esté fundamentada en la Palabra de Dios. Esto sólo es posible si
frecuentamos, diariamente, la lectura de la Biblia, si la convertimos en
nuestra oración cotidiana, si la meditamos, si la estudiamos, si la compartimos
comunitariamente…, si dejamos que llene nuestra mente y nuestro corazón.
«Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el
testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la
Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al
deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin» (PF 15).
Nuestra mente y nuestro corazón han de estar iluminados por
la Palabra de Dios, para que se abran a la voluntad salvífica de Dios, a la
vida auténtica, sin fin. La Sagrada Escritura es la luz que no se apaga, la que
alumbra en todos los momentos de la vida, sobre todo en los más «oscuros». Y
esto tiene que ver mucho con la fe, con el itinerario de la fe en nuestras
vidas.
Y, también, la fe es una realidad llamada a ser compartida.
De hecho, la «nueva evangelización» es el telón de fondo que el papa actual ha
querido situar en todas estas celebraciones. El Sínodo está convocado bajo el
lema «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Y en la
Exhortación apostólica Verbum Domini ya señaló la estrecha relación
entre nueva evangelización y nueva escucha de la Palabra de Dios, unión
indisoluble en la vivencia de la fe: «nuestro tiempo ha de ser cada día más el
de una nueva escucha de la Palabra de Dios y de una nueva evangelización» (VD
122).
El año de la fe, junto con el Sínodo y la celebración de los
cincuenta años del Vaticano II son una nueva oportunidad para poner al día los
fundamentos de lo que creemos, de lo que celebramos, de lo que vivimos, y la
Palabra de Dios es la puerta de acceso a ello.
Javier Velasco Arias
LA FE...ALGO INTRANSFERIBLE...UNA DECISIÓN DEL ALMA UNA CONDICIÓN QUE NOS HACE SENTIRNOS FELICES PORQUE AUN EN LA NOCHE MAS OSCURA TENEMOS LA LUZ DE DIOS BRILLANDO EN NUESTRO CORAZÓN...BENDITOS LOS QUE TIENEN FE...
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